El Orinoco, y del otro lado… Venezuela |
por Natyuliz América Lazarde Martínez
En enero, tomándonos
un café, mi esposo y yo conocimos un canadiense con ya algunos años en
Colombia. Nos habló de su Reserva
Natural La Pedregoza, ubicada a algunos kilómetros de Puerto Carreño, en
Vichada.
Un mes más tarde, en esos
vuelos madrugadores del sábado, llegamos a Puerto Carreño en un viaje
familiar. El avión aterrizó y
despertándonos de un sueñito reparador, desembarcamos. El calor nos recibe con los brazos abiertos,
lo cual agradecemos después de los días fríos que estaban haciendo en Bogotá.
Al salir del
aeropuerto, estaba nuestro anfitrión, quien nos llevó a tomar el desayuno en su
camioneta. Paseando un poco por el
pequeño Puerto Carreño, nos paramos en un desayunadero, donde no podían faltar
los huevos revueltos, arepas fritas y café.
El río Bita y la playa del Puente Paso Ganado |
En la esquina, en una gran bolsa tendida sobre
el andén, grandes tortas de casabe para la venta. Hacía muchos años que no había visto el
casabe, si bien no sabe a nada, y es muy seco para algunos gustos, para mí es un
recuerdo de infancia, y es buen acompañante del quesito derretido o de la
sopa. Luego del desayuno, y de comprar
un par de tortas de casabe, subimos a la camioneta nuevamente para tomar la vía
a La Pedregoza. Pasamos frente del
puerto, donde el Orinoco, tranquilo, como si no fuese uno de los cinco ríos más
caudalosos del mundo, separa a Colombia de la hermana República de Venezuela,
que se ve ahí no más. Paisajes áridos y
verdes a la vez, adornaban nuestro camino.
Unos kilómetros más adelante, como en pueblo sin ley, paramos sobre un
puente con estructuras oxidadas pero firmes sobre el río Bita, en el que una
playa se asomaba con arena color bronce, donde disfrutamos del viento y de una
breve charla para luego continuar.
Experiencias en la Reserva Natural La Pedregoza
Al cabo de 40 minutos
aproximadamente, ya estábamos en La Pedregoza, una finca forestadora de 2.650
hectáreas con una reserva natural de 1.200 hectáreas conservadas, donde hay un eco
hotel de habitaciones sencillas y suficientes para nuestra estadía, con hamacas
colgadas en el pasillo.Pasamos ahí dos días,
durante los cuales visitamos un par de senderos donde estás rodeado de árboles
y una vegetación bastante tupida, pero que cuando menos lo esperas, se abre
ante tus ojos una playa de río o un pozo de agua cristalina. Uno de esos caminos que hicimos, terminaba en
el río Bita, que en esa temporada se le forma una playa que invita a disfrutar
del sol, la arena y sus aguas oscuras.
El paisaje de playa en los ríos es muy diferente a las playas en el mar,
la arena pareciera tener distintas tonalidades de marrón a medida que va
descendiendo el nivel del agua y al contrario de cuando estás en el mar, en vez
del horizonte, está la otra ribera, lo cual te da la sensación de estar en un
ambiente controlado. En el otro camino,
el fin lo marcaba un pozo de agua cristalina, donde disfrutamos de un
refrescante baño rodeados de árboles.
En el año, se
presentan dos épocas marcadas, las de aguas bajas y aguas altas. En aguas altas, estas caminatas se
transforman en paseos a kayak, y aunque no lo he vivido en esta zona, la
experiencia de navegar entre la copa de los árboles también tiene su encanto. Durante la estadía en
la reserva, recorrimos distintas siembras, como pinos caribe, acacias y árboles
de marañón, es una mezcla de paisajes y aprendizaje, porque todo es
experiencial, a manera de conversación, sin caer en cátedras largas y aburridas,
aprendes de la ciencia que hay detrás de un proceso de siembra, de cómo la
selección natural actúa haciendo que sobrevivan los árboles más fuertes, de
cómo enriquecen el suelo con la misma materia orgánica de la que disponen,
extraen la miel de abejas de las acacias y otras experiencias, que te da la
idea de que todo lo que ves engrana, que todo se aprovecha, nada se pierde, y
que además todos estos procesos apoyan al progreso de la comunidad.
Buscando marañón |
Para nuestra fortuna,
los árboles de marañón tenían frutos, una fruta que mis hijas no conocían, y que
no se ve mucho por estos lados del país.
Como cazadores furtivos, en nuestros recorridos por estos sembradíos,
avistábamos a lo lejos los puntos rojos y amarillos en los árboles, las niñas
bajaban de la camioneta cual emisarias con una gran misión a tomar los
marañones maduros. Volvían con varios en
la mano y otro en la boca, con las mejillas rojas y el cabello pegado en sus
cabezas del sudor. Y así se nos pasaba
el día, recorriendo la reserva, cogiendo frutos directamente de la naturaleza,
aprendiendo del ecosistema y parándonos en serranías para observar paisajes de
sabanas y morichales, donde el moriche emergía del tumulto como planta
dominante que es.
Morichal – Reserva Natural La Pedregoza - Vichada |
Una de las
experiencias memorable para mis hijas, fue probar la flor de Jamaica, pero no
en té, sino directamente del arbusto.
Hasta para mí era una novedad, que siempre las había visto deshidratadas
dentro de una bolsita en las tiendas naturistas.En la tarde, después
del inclemente sol, nos sentamos con una bebida refrescante a observar cómo el
sol se escondía en un hermoso atardecer, para luego cenar un delicioso plato
preparado por una señora de la comunidad, con ingredientes locales, y que vale
la pena decir tenía muy buena sazón.Temprano en la noche,
apagan la planta que da vida a las habitaciones, lo cual lleva a los niños a
dormir temprano y a los papás a disfrutar de la tranquilidad de la noche y las estrellas
desde las hamacas del pasillo.
La despedida
Atardecer llanero |
Este es un plan de
naturaleza perfecto para disfrutar en familia con niños pequeños, porque
aprenden de manera experiencial, disfrutan de la naturaleza y el estar al aire
libre, volviendo en la noche a una cómoda cama y baño privado, protegidos de
los insectos y de los terrores nocturnos.
Después de almorzar, indecisa
entre vestirme para el calor o para el frío, nos despedimos de ese hermoso
paisaje. Regresamos a Puerto Carreño a
esperar nuestro vuelo nocturno, mientras tanto aprovechamos de dar una vuelta y
comprar unos paqueticos de nuez de marañón, que inicialmente eran para llevar a
Bogotá pero terminamos llevándolos puestos (en la barriga). También compramos el equivalente al jarabe de
propóleo, que todo lo cura, pero de marañón.
Horas más tarde,
estábamos de vuelta a Bogotá, vía a la casa en un taxi amarillo con las niñas
en nuestro regazo sumergidas en un sueño profundo, cansadas de ese viaje fugaz
pero llenas de experiencias, que sabíamos iban a contar a sus amiguitos del
colegio al día siguiente… y en la maleta, mis tortas de casabe, las cuales
disfruté durante un par de meses.
Para viajar a La Pedregoza y el Vichada, contacte a Natyuliz América Lazarde Martínez por el siguiente link: http://www.astrybal.com/viajar-en-colombia/